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El sacramento del matrimonio

Unión bendecida por Dios, escuela de virtudes.

Contenido

 


 

Significado del matrimonio

El amor es el sentimiento más noble y más elevado que una persona pueda experimentar. El amor mutuo entre los esposos y el amor maternal por los hijos son las formas de expresión mas altas de este sentimiento.

El amor entre los novios comienza con un sentimiento de simpatía y atracción mutua que aún no alcanza el grado de un amor profundo y verdadero. Este amor precisa de acercamiento espiritual, sensibilidad, perseverancia y habitualmente heroísmo. Quienes desean casarse, o quienes ya lo están, deben preocuparse por que su atracción mutua se complemente con un acercamiento espiritual continuo. Facilitan este acercamiento el contacto espiritual, una interacción continua, la oración en común, la asistencia a los oficios, la comunión de los sacramentos, las charlas acerca de temas espirituales y la sinceridad. Sin cercanía espiritual, el amor físico no basta para un matrimonio feliz.
El amor es un sentimiento muy delicado y vulnerable. Cada uno de los esposos debe evitar todo aquello que pueda herir los sentimientos del otro: palabras hirientes, groserías, costumbres desagradables, tozudez, egoísmo. Hay que resolver los inevitables problemas de la vida según el Evangelio, con humildad, paciencia, perdonando las mutuas ofensas, teniendo fe en la fuerza de la bondad.

El objetivo del matrimonio es que los cónyuges se ayuden mutuamente y se completen el uno al otro. Y , siendo el objetivo de la vida humana la salvación del alma, los esposos tienen que incentivarse mutuamente a llevar un modo de vida cristiano. Como consecuencia, la pareja recibirá la bendición de Dios, su matrimonio será feliz y será consuelo y contento para ambos.

Intentaremos ayudar al lector en esta tarea a entender el significado del matrimonio cristiano. Diremos algunas palabras acerca de los problemas principales con los que se enfrenta la pareja y acerca de como fortalecer el amor y la confianza. Para finalizar, presentaremos las oraciones del sacramento del matrimonio y haremos algunas acotaciones de tipo práctico.

El matrimonio como institución divina

"No es bueno que el hombre esté solo," dijo Dios al crear al hombre. Y realmente, todo el tránsito del hombre por la tierra y la realización de su verdadero designio precisa de la interacción con otras personas, de la ayuda mutua y esfuerzos en común. Con este objetivo Dios estableció el matrimonio y lo bendijo, acerca de ello dicen las Sagradas Escrituras: "Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó. Y bendíjoles Dios, díjoles Dios: Sed fecundos y multiplicáos y henchid la tierra y sometedla" (Gen. 1:27-28).

Al mismo tiempo que los animales recibieron la bendición de Dios para multiplicarse, la unión del hombre y la mujer en matrimonio recibió de su Creador un significado mas profundo y religioso. En ella se concreta el misterio de la unidad de sujetos de distinto sexo, como si fuera el amalgamamiento de ambos en un solo ser viviente, una sola carne. Así nace esa unión física de la cual surge la sociedad humana. Acerca de este aspecto unificador del matrimonio así se expresa el siguiente mandamiento: "Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne" (Gen. 2:24).

Aquí es imprescindible llamar la atención sobre el hecho de que, ya que el matrimonio fue instituido por Dios aún en el paraíso, cuando las personas eran inocentes e inmortales, la unión en matrimonio de un hombre y una mujer, debe ser, en el sentido que le ha dado su Creador, para siempre e indisoluble.

Como sabemos, la caída en pecado de Adán y Eva los llevo a una confusión entre sus tendencias espirituales y carnales, lo que fue trasmitido a sus descendientes. El daño ocasionado a la naturaleza humana repercutió en todos los aspectos de su vida, tanto individual como social, incluyendo entre ellos a las relaciones matrimoniales. Así, la natural atracción entre las personas de distinto sexo, se volvió desordenada, aparecieron múltiples desviaciones del instinto sexual, las concubinas, la poligamia, la infidelidad en el matrimonio, los divorcios y otras violaciones al orden establecido.

Sin embargo, el ideal de las relaciones matrimoniales aún no estaba perdido y los profetas del Antiguo Testamento se preocupaban por la pureza de las mismas. Entre los hebreos un matrimonio feliz era considerado una bendición divina: "Una mujer completa, ¿quién la encontrará? Es mucho mas valiosa que las perlas." "Engañosa es la gracia, vana la hermosura, la mujer que teme a Yahveh, esa será alabada" (Prov. 31:10, 30) Las oraciones del oficio del matrimonio que el lector encontrará en la segunda parte de este ensayo, ejemplifican matrimonios felices, bendecidos por Dios.

Visión cristiana del matrimonio

Nuestro Señor Jesucristo, que vino a la tierra para renovar en la sociedad humana los principios de Dios, se ocupó también de la reinstauración de la unión matrimonial. Con su presencia en las bodas de Caná de Galilea bendijo, iluminó el matrimonio y realizó su primer milagro.

Poco después, Jesucristo explica a los hebreos el verdadero significado del matrimonio.

emitiéndolos a las palabras de las Escrituras acerca de un solo marido y una sola mujer, Dios, de la manera más definitiva, confirma la indisolubilidad esencial del matrimonio, y dice: "... De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió no lo separe el hombre." Los fariseos continúan interrogando al Salvador: "Pues ¿por qué Moisés prescribió dar acta de divorcio y repudiarla?" A lo cual les responde Dios: "Moisés, teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón, os permitió repudiar a vuestras mujeres; pero al principio no fue así. Ahora bien, os digo que quien repudie a su mujer, no por fornicación, y se case con otra, comete adulterio" (Mat. 19:6-9). Con estas palabras la persona que se enlaza en matrimonio esta obligada a permanecer en él. La infidelidad en el matrimonio es una violación de la voluntad divina y, en consecuencia, un grave pecado.

Estas palabras del Salvador nos dan a entender toda la nobleza, la severidad y la responsabilidad que implican los lazos maritales. Pero, en un matrimonio con psicología cristiana este yugo que, aparentemente, representa el matrimonio, se vuelve liviano y agradable. Con la ayuda de Dios, trasmitida en el misterio del matrimonio, los esposos pueden cargar el yugo de la vida familiar en paz, compañerismo y de acuerdo el uno con el otro. Por el contrario, cuando no existe una manera cristiana de encarar el matrimonio, éste se vuelve un peso insoportable y un martirio para ambos.

El matrimonio es santo y un estado de salvación para la vida de las personas si se tiene una actitud correcta hacia el mismo. La familia es una pequeña Iglesia de Cristo, en la familia se condensa el sentido y el objetivo del matrimonio. El temor actual a la familia, el miedo a tener hijos es fuente de desesperanza, insatisfacción y tristeza en el matrimonio. La educación cristiana de los hijos es el deber y la alegría de la familia y da sentido y justificación al matrimonio.

Pero, también en la ausencia de hijos el matrimonio no pierde su sentido, aliviando a los esposos, con el amor y la ayuda mutua, a transitar el camino de la vida cristiana. El apóstol Pedro en su primera epístola instruye a las mujeres a imitar la vida de sus justas antecesoras, a ser ejemplo de virtud, y a los hombres a tratar a sus mujeres de manera razonable, como si de un frágil recipiente se tratara, honrándolas como herederas de una vida virtuosa (cap. 3).

El apóstol Pablo, en su primera epístola a los Corintios, así se expresa con respecto a los promesas maritales: "En cuanto a los casados, les ordeno, no yo sino el Señor: que la mujer no se separe del marido" (1 Cor. 7:10). "En cuanto a los demás, digo yo, no el Señor: Si un hermano tiene una mujer no creyente y ella consiente en vivir con él, no la despida. Y si una mujer tiene un marido no creyente y él consiente en vivir con ella, no le despida. Pues el marido no creyente queda santificado por su mujer, y la mujer no creyente por el marido creyente. De otro modo, vuestros hijos serían impuros" (1 Cor. 7:12-14). Estas palabras del apóstol tienen un significado especial hoy en día, cuando son tan habituales los matrimonios en donde solo un cónyuge es creyente u ortodoxo.

Los apóstoles en sus epístolas hablan de la posición secundaria de la mujer en el matrimonio. Con esto ellos no denigran, sino que tienen en cuenta su origen y su naturaleza, más complicada y débil, que exige especiales cuidados. "Ni fue creado el hombre por razón de la mujer, sino la mujer por razón del hombre" (como su amiga y ayudante) "He aquí por qué debe llevar la mujer sobre la cabeza una señal de sujeción por razón de los ángeles. Por lo demás, ni la mujer sin el hombre, ni el hombre sin la mujer, en el Señor. Porque si la mujer procede del hombre, el hombre, a su vez, nace mediante la mujer. Y todo proviene de Dios" (1 Cor. 11:9-12).

En los consejos apostólicos que aquí citamos se puede apreciar la visión de los primeros cristianos del matrimonio. Marido y mujer son compañeros ante Dios. Están exactamente al mismo nivel como integrantes del Reino de Dios y herederos de la vida eterna. Pero no se eliminan entre ellos las diferencias dadas por su naturaleza, su origen y su participación en el pecado original. La mujer fue creada para ayudar al hombre y del hombre (de su costilla) y no el hombre para la mujer y de la mujer (a pesar de nacer de mujer). La mujer por su humanidad y por el plan divino es igual en todo al hombre, en la práctica es su ayudante y depende de él, por su parte, el marido es la cabeza de su mujer; y "vivirán según la voluntad" de Dios, como se dice en una de las oraciones del oficio del sacramento del matrimonio.

El apóstol Pablo en su epístola a los Efesos así instruye a las mujeres cristianas en relación a su deber de ayudar al marido: "Sed sumisos los unos a los otros en el temor de Cristo. Las mujeres a sus maridos, como al Señor, porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es Cabeza de la Iglesia, el salvador del Cuerpo. Así como la Iglesia está sumisa a Cristo, así también las mujeres deben estarlo a sus maridos en todo" (Ef. 5:21-24). Puede ser, que parezca que, al someter a las mujeres a sus maridos, el apóstol disminuye su validez humana. Pero esto no es así. Aquí el apóstol expone el ideal de las relaciones matrimoniales. La Iglesia se somete a Cristo como a su salvador y benefactor, no es un sometimiento esclavizante, sino una demostración de amor.

Tras explicar esto, el apóstol instruye a los maridos en su deber, aún mayor: "Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella [...] Así deben amar los maridos a sus mujeres como a sus propios cuerpos. El que ama a su mujer se ama a sí mismo.[...] Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne. Gran misterio es este" (Ef. 5:25-32).

En la primera epístola a Timoteo el apóstol Pablo enseña acerca de la maternidad, como la misión principal de la mujer: "Con todo, (la mujer) se salvará por su maternidad..." (1 Tim. 2:15). La maternidad consiste no solo en dar a luz una criatura y preocuparse de su salud, sino, especialmente, en inculcar en su alma los rudimentos de la fe y la moral. Es necesario que el niño incorpore los principios de la bondad junto con la leche materna, para que arraiguen profunda y firmemente en su subconsciente y se vuelvan parte de su naturaleza. Entonces, aunque la criatura caiga con posterioridad bajo influencias nefastas, siempre podrá volver a Dios guiándose por su instinto espiritual. Es imprescindible que las esposas de hoy en día comprendan cuán seria es su misión, y cuanta responsabilidad involucra: el futuro de la sociedad y de la Iglesia dependen de ellas.

En su epístola a los Colosenses, el apóstol Pablo define las relaciones familiares de la siguiente manera: "Mujeres, sed sumisas a vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas. Hijos, obedeced en todo a vuestros padres, porque esto es grato a Dios en el Señor. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que se vuelvan apocados" (Col. 3:18-21). En estas palabras del apóstol cada miembro de la familia recibe una enseñanza correspondiente.

Esta es la verdadera ley fundamental de la naturaleza humana: el marido constituye el apoyo de la mujer y la cabeza de la familia, es el responsable del bienestar material y espiritual de todos los integrantes de la familia; la esposa es el sostén del marido, la educadora de los hijos; los hijos, son los ayudantes de sus padres y algo así como los ciudadanos de su pequeño estado. Este desequilibrio que se establece es dictado por la misma naturaleza, y es fundamental para la existencia y el desarrollo armónico de la familia.

Cada persona, como miembro de una familia, de la sociedad y de la Iglesia tiene en esta vida mortal un deber de obediencia, que es esencial para su bienestar. En el Reino Celestial se suprimirán todas las diferencias sociales, de sexo y de raza. La responsabilidad de una persona ante Dios es proporcional a sus deberes, pero su premio en el cielo se define no por la posición (privilegios) que tuvo en la sociedad o en la familia, sino tan solo por la tenacidad que demostró en su servicio. Ante Dios todas las personas son iguales, todos tienen abierto el acceso a la bienaventuranza divina y a la eterna beatitud.

Cuando los esposos tienen una actitud cristiana frente a sus deberes matrimonial, entonces, se refuerzan el respeto y el amor mutuos. San Juan de Kronstadt, teniendo esto en cuenta, así hablaba a los recién casados: "¡Donde hay amor, allí está Dios, y donde está Dios, allí se encuentra todo lo bueno!"

Dificultades de hoy en el matrimonio

En nuestros días, el matrimonio no transcurre en condiciones agradables. Hará unos cincuenta años atrás el divorcio era aún algo poco habitual, hoy en día los divorcios tienen carácter epidémico. La Academia Americana de Abogados de Familia (ABA Journal, Feb. 1, 1998) realizó una investigación en busca de las causas de los divorcios y estableció que las principales son: 1. la falta de contacto entre los cónyuges, 2. la diferenciación paulatina en cuanto a intereses que antes eran comunes a ambos, 3. problemas sexuales e infidelidad, 4. problemas económicos y 5. la falta de comprensión.

Estas causas, así como otras menos importantes a nivel estadístico, desembocan en la práctica en que los esposos pierdan el contacto espiritual y en que cada uno por su lado se encierra más y más en sus propios intereses. De lo cual se puede deducir que, para fortalecer su matrimonio, es imprescindible que los esposos mantengan el contacto espiritual. Por supuesto, esto se consigue más fácilmente si ambos esposos pertenecen a una misma religión, pero con buena voluntad es posible lograrlo incluso cuando no se da esta circunstancia.

Las relaciones espirituales entre los cónyuges comienzan en el sacramento del matrimonio. En ese momento es como si se encendiera en sus corazones la bujía del espíritu y ellos deben velar y cuidar ese fuego bendito que reciben. Con ese objetivo deben destinar parte de su tiempo a la vida religiosa compartida: dentro de lo posible rezar juntos, asistir regularmente a los oficios y comulgar juntos, leer juntos el evangelio y charlar sobre temas religiosos. Es correcto el dicho: La familia que ora junta, permanece junta. La lectura del Evangelio los ayudará a resolver sus problemas en concordancia con el espíritu cristiano, es decir, con el espíritu del amor, la humildad, la docilidad, el perdón, la benevolencia, la paciencia y la deferencia.

Además, para mantener el contacto espiritual los cónyuges deben conversar y compartir sus dificultades y deseos. Deben, hasta sus últimas fuerzas, ayudarse mutuamente y preocuparse el uno por el otro. Deben respetar las ideas, gustos y costumbres del otro. La vida en común exige ceder y comprometerse.

En ningún momento deben permitirse los comportamientos rudos, el uso de la fuerza o la agresión. Uno de los males frecuentes en las relaciones matrimoniales es el lenguaje no controlado, cuando los cónyuges, en un ataque de ira, se dicen uno al otro palabras hirientes. Las heridas de estos duelos verbales tardan mucho tiempo en cicatrizar. El Antiguo Testamento otorga el siguiente significado a la palabra: "Quien habla sin tino, hiere como espada; mas la lengua de los sabios cura" (Prov. 12:18). Cuando se enciende la cólera es mejor callarse un poco y tranquilizarse (contar hasta diez y tragarse las palabras) y después de haber rezado, expresar en tono bondadoso aquello que puede traer algún provecho. Es mejor reemplazar una sarta de reproches y consejos condescendientes con una sola palabra mágica: "¡perdóname!" la cual resulta, entre paréntesis, bastante difícil de pronunciar. Vale la pena aclarar, que en el medio familiar se dan las condiciones bajo las cuales una persona aprende a vivir con bondad, y así es como la pareja debe ver su matrimonio: como una escuela de vida cristiana. El aprendizaje no siempre es fácil.

Un libro contemporáneo dedicado a los problemas matrimoniales ofrece una serie de consejos que llevan a un matrimonio feliz: 1. Nunca estén ambos enojados; 2. Al mismo tiempo nunca se griten (salvo que se incendió la casa); 3. Si a alguno de los dos le resulta imprescindible ganar en una discusión, que le ceda la victoria al otro; 4. Si es necesario censurar al otro, hacerlo con amor; 5. Nunca recordar los errores pasados; 6. No se vayan a dormir sin antes haber hecho las paces; 7. Intenten, al menos una vez al día, dirigirse una palabra de cariño; 8. Cuando hayan actuado erróneamente, apresúrense a reconocer su falta y a pedir perdón; 9. Son dos los que participan en una pelea, pero el que está errado siempre habla más.

En esencia, estos consejos u otros similares son un recuento de aquello que nos enseña la Fe Cristiana. Por ello, si ambos se esfuerzan por ser mejores cristianos, todos los malentendidos desaparecerán y la comprensión y el amor mutuo serán mayores.

He aquí el ideal cristiano del amor al prójimo: "El amor es paciente, es servicial; el no es envidioso, no es jactancioso, no se engríe; es decoroso; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta. El amor no acaba nunca" (1 Cor. 13:4-8).

Oraciones del oficio del misterio del matrimonio

El sentido y el significado del matrimonio cristiano es fácil de apreciar especialmente en el oficio ortodoxo. A pesar de que el matrimonio es un acontecimiento gozoso en la vida de dos personas que se aman, la Iglesia les recuerda, en el umbral de su futura vida juntos, que el matrimonio no es solo deleites, sino también heroísmo, que exige de la ayuda mutua, de paciencia y de asistencia divina.
Para nosotros, ortodoxos, el matrimonio no es simplemente un rito antiguo, una costumbre hermosa, sino un sacramento, por medio del cual se pide para los esposos la bendición de Dios, su orientación y ayuda para toda su vida futura. Es por ello que el novio y la novia deben prepararse para este gran misterio con gran fuerza espiritual. El ritual del Matrimonio se divide en el Oficio de los Esposales (compromiso) y el Oficio de la Coronación o Matrimonio en si.

El Oficio de los Esponsales

Después de la Divina Liturgia el sacerdote permanece en el santuario y los dos contrayentes se sitúan en el atrio delante de las puertas. Los dos anillos están en el lado derecho del altar. El sacerdote sale por las puertas reales y se adelanta hacia donde están los contrayentes y hace la señal de la cruz tres veces sobre sus cabezas. Luego les da a cada uno velas encendidas.

Diácono: Bendice, Señor.
Sacerdote: Bendito sea nuestro Dios, eternamente, ahora y siempre y en los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
Diácono:En paz roguemos al Señor.
Coro: Señor ten piedad. (Repitiendo este canto a cada nueva invocación).
Diácono: Por la paz que viene de lo alto y la salvación de nuestras almas, roguemos al Señor.
- Por la paz del mundo entero, el bienestar de las Santas Iglesias de Dios y la unión de todos, roguemos al Señor.
- Por este santo templo y por los que con fe, devoción y temor de Dios entran en él, roguemos al Señor.
- Por el Episcopado Ortodoxo de la Iglesia Rusa, por nuestro Señor, su Eminencia Ilustrísima Metropolitano ..., primer jerarca..., por nuestro Señor, Ilustrísimo ..., Obispo de Buenos Aires y Sudamérica, por el honorable presbiterado y diaconado en Cristo, por todo el clero y el pueblo, roguemos al Señor.
- Por esta nación, sus autoridades y ejércitos, roguemos al Señor.
- Por el sufriente pueblo ortodoxo, y por su salvación, roguemos al Señor.
- Para que libre a su pueblo de los enemigos visibles e invisibles, y que afirme en nosotros la unidad de pensamiento, amor fraterno y devoción, roguemos al Señor.
- Por esta ciudad (o por este pueblo, o por este monasterio), por todas las ciudades y países y por los que con fe viven en ellos, roguemos al Señor.
- Por un clima propicio, por la abundancia de los frutos de la tierra y por tiempos de paz, roguemos al Señor.
- Por los que viajan por tierra, mar y aire, por los enfermos, los que sufren, los cautivos y por su salvación, roguemos al Señor.
- Por el servidor de Dios N., y la servidora de Dios N., que contraen esponsales ahora y por su salvación, roguemos al Señor.
- Para que les sean otorgados hijos que continúen su linaje, y todo lo que pidan para la salvación, roguemos al Señor.
- Para que les sean enviados el perfecto y pacifico amor y el socorro, roguemos al Señor.
- Para que se preserven en la unanimidad y en la firmeza de fe, roguemos al Señor.
- Para que sean benditos con una vida intachable, roguemos al Señor.
- Para que el Señor nuestro Dios les conceda una unión honorable y un lecho sin mancilla, roguemos al Señor.
- Para que nos libre de toda aflicción, ira y necesidad, roguemos al Señor.
- Ampáranos, sálvanos, ten piedad de nosotros y protégenos, ¡oh, Dios! con tu gracia.
- Conmemorando a la Santísima, Purísima, muy Bendita, Gloriosa Soberana nuestra, la Madre de Dios y Siempre Virgen María, con todos los Santos, encomendémonos nosotros mismos, y los unos a los otros, y toda nuestra vida a Cristo Dios.
Coro: A Ti, Señor.
Sacerdote: Porque a Ti te pertenecen toda gloria, honor y adoración, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y en los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
Sacerdote: Dios eterno, que has recogido en unidad a los que estaban dispersos y has establecido para ellos el lazo inquebrantable del amor, que bendijiste a Isaac y a Rebeca y los hiciste herederos de tu promesa, bendice también a éstos tus servidores N. y N., guiándolos en toda obra buena.
Porque Tú eres Dios misericordioso que amas al hombre y te rendimos gloria a Ti, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y en los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
Sacerdote: La paz sea con todos.
Coro: Y con tu espíritu .
Diácono: Inclinad vuestras cabezas ante el Señor.
Coro: A Ti, Señor.
Sacerdote: Señor Dios nuestro, que de entre las naciones tomaste por esposa a la Iglesia como a una virgen pura, bendice estos esponsales; une y guarda a éstos tus servidores en la paz y en la unanimidad.
Pues a Ti te pertenecen toda gloria, honor y adoración, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y en los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
Luego tomando el sacerdote los anillos, da el de oro al hombre, y el de plata a la mujer. Dice al hombre:
El servidor de Dios, N., contrae esponsales con la servidora de Dios, N., en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Y a la mujer:
La servidora de Dios, N., contrae esponsales con el servidor de Dios, N., en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu, Santo. Amén.
Al decir esto, tres veces a cada uno, hace la señal de la cruz sobre sus cabezas con el anillo, y dejando el anillo del hombre en el dedo anular de la mujer, y el de la mujer en el dedo anular del hombre, en la mano derecha. El padrino les cambia los anillos.
Diácono: Roguemos al Señor. Coro: Señor, ten piedad.
El sacerdote dice esta oración:
Señor Dios nuestro, que acompañaste a Mesopotamia al servidor del patriarca Abrahán, cuando éste lo envió en busca de una esposa para su amo, Isaac, y que en el pozo le hiciste reconocer en Rebeca a su esposa, bendice Tú mismo los; esponsales de éstos tus siervos, N. y N. y confirma la palabra que se han dado. Afírmalos en la unión santa que proviene de Ti. Pues Tú en el principio los hiciste hombre y mujer, y por Ti es juntada la mujer al hombre para ayudarlo y para perpetuar la raza humana. Tú mismo, Señor Dios nuestro, que has enviado sobre tu herencia tu verdad y has dado tu pacto a tus servidores nuestros padres, que son tus elegidos, de generación en generación, mira a tus servidores N. y N. y confirma y establece sus esponsales en la fe, la unanimidad, la verdad y en el amor. Pues Tú, oh Señor, has declarado que ha de darse y confirmarse una prenda en todas las cosas. Por el anillo José recibió el poder en Egipto; por el anillo fue glorificado Daniel en el país de Babilonia; por el anillo se reveló la rectitud de Tamar; por el anillo nuestro Padre celestial mostró compasión por su hijo, pues dijo: Poned un anillo en su diestra y traed el ternero cebado, matadlo y comamos y alegrémonos. Con tu diestra, Señor, armaste a Moisés en el mar Rojo; por la palabra de tu verdad fueron establecidos los cielos y los cimientos de la tierra fueron afirmados. Y la mano derecha de tus servidores será bendita por tu Verbo poderoso y por tu brazo en alto. Por eso, bendice, Señor, esta entrega de anillos con tu bendición celestial y que tu ángel camine ante ellos todos los días de su vida.
Pues eres Tú quien bendices y santificas todas las cosas, y te rendimos gloria, a Ti, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y en los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
E1 diácono dice esta letanía:
Ten piedad de nosotros, Dios, según tu gran misericordia, te suplicamos que nos escuches y tengas piedad.
Coro: Señor, ten piedad. (Tres veces).
- De nuevo suplicamos por nuestro Señor, Su Beatitud, el Metropolitano N., por nuestro Señor, el Reverendísimo Obispo, N., y por todos nuestros hermanos en Cristo.
- De nuevo suplicamos por los servidores de Dios, N. y N., que ahora contraen esponsales.
- De nuevo suplicamos por todos los hermanos y por todos los cristianos.
Sacerdote: Porque eres Dios misericordioso que amas al hombre y te rendimos gloria, a Ti, Padre, Hijo y Espíritu, Santo, ahora y siempre y en los siglos de los siglos. Amén.

El Oficio de la Coronación

Si se quiere celebrar seguidamente el oficio de la Coronación, los novios entran en el templo llevando velas encendidas y precedidos por el sacerdote con el incensario. Se canta el Salmo 127 y a cada verso el coro responde:
Sacerdote: Bienaventurado todo aquel que teme al
Señor
Coro: Gloria a Ti, Dios nuestro, gloria a Ti.
- Que anda en sus caminos.
Coro: Gloria a Ti, Dios nuestro, gloria a Ti.
- Comerás el fruto de tus trabajos.
Coro: Gloria a Ti, Dios nuestro, gloria a Ti.
- Bienaventurado tú, y tendrás bien.
Coro: Gloria a Ti, Dios nuestro, gloria a Ti.
- Tu mujer será como fructífera parra en los lados de tu casa.
Coro: Gloria a Ti, Dios nuestro, gloria a Ti.
- Tus hijos como plantas de olivo en derredor de tu mesa.
Coro: Gloria a Ti, Dios nuestro, gloria a Ti.
- He aquí que así será bendito el hombre que teme al Señor.
Coro: Gloria a Ti, Dios nuestro, gloria a Ti.
- Bendigate el Señor desde Sion y veas bien de Jerusalén todos los días de tu vida.
Coro: Gloria a Ti, Dios nuestro, gloria a Ti.
- Y veas los hijos de tus hijos, y la paz sobre Israel.
Coro: Gloria a Ti, Dios nuestro, gloria a Ti.
Luego el sacerdote les dice algunas palabras de instrucción, diciéndoles en qué consiste el misterio del matrimonio y como han de vivir piadosa y honorablemente en la vida conyugal.
Al concluir su homilía le pregunta al hombre:
¿Tienes tú, N., la voluntad buena y sin constreñimiento y el firme propósito de tomar por esposa a N., a quien ves aquí presente ante ti?
Y contesta el novio:Sí, reverendo Padre.
Y otra vez el sacerdote:¿No te habías comprometido con otra mujer?
E1 novio: No me había comprometido, reverendo Padre.
Entonces el sacerdote, volviéndose hacia la novia, le pregunta diciendo: Tienes tú, N., la voluntad buena y sin constreñimiento y el firme propósito d tomar por esposo a N., a quien ves aquí presente ante ti?
Y contesta la novia: Si, reverendo Padre.
Y otra vez el sacerdote: ¿No te habías comprometido con otro hombre?
La novia: No me había comprometido, reverendo Padre.
Diácono: Bendice, Señor.
Sacerdote: Bendito el Reino del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, ahora y siempre, y en los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
Diácono: En paz roguemos al Señor.
Coro: Señor ten piedad. (Repitiendo este canto a cada nueva invocación).
Diácono: Por la paz que viene de lo alto y la salvación de nuestras almas, roguemos al Señor.
- Por la paz del mundo entero, el bienestar de las Santas Iglesias de Dios y la unión de todos, roguemos al Señor.
- Por este santo templo y por los que con fe, devoción y temor de Dios entran en él, roguemos al Señor.
- Por el Episcopado Ortodoxo de la Iglesia Rusa, por nuestro Señor, su Eminencia Ilustrísima Metropolitano N., primer jerarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa en el extranjero, por nuestro Señor, Ilustrísimo N., Obispo de Buenos Aires y Sudamérica, por el honorable presbiterado y diaconado en Cristo, por todo el clero y el pueblo, roguemos al Señor.
- Por esta nación, sus autoridades y ejércitos, roguemos al Señor.
- Por el sufriente pueblo ortodoxo, y por su salvación, roguemos al Señor.
- Por esta ciudad (o por este pueblo, o por este monasterio), por todas las ciudades y países y por los que con fe viven en ellos, roguemos al Señor.
- Por un clima propicio, por la abundancia de los frutos de la tierra y por tiempos de paz, roguemos al Señor.
- Por los que viajan por tierra, mar y aire, por los enfermos, los que sufren, los cautivos y por su salvación, roguemos al Señor.
- Para que nos libre de toda aflicción, ira y necesidad, roguemos al Señor.
- Por los servidores de Dios, N. y N., que ahora se unen el uno al otro en la vida común del matrimonio, y por su salvación, al Señor roguemos.
- Para que este matrimonio sea bendito como el de Caná de Galilea, al Señor roguemos.
- Para que les sean otorgados, para su bien, la castidad y el fruto del vientre, al Señor roguemos.
- Para que se regocijen a la vista de sus hijos y de sus hijas, al Señor roguemos.
- Para que les sea dado gozar de una hermosa descendencia y vivir una vida irreprochable, al Señor roguemos.
- Para que les sean concedidas, lo mismo que a nosotros, todas sus peticiones que
son para la salvación, al Señor roguemos.
- Para que ellos y nosotros seamos de toda tribulación, ira, peligro y necesidad, al Señor roguemos.
- Ampáranos, sálvanos, ten piedad de nosotros y protégenos, ¡oh, Dios! con tu gracia.
- Conmemorando a la Santísima, Purísima, muy Bendita, Gloriosa Soberana nuestra, la Madre de Dios y Siempre Virgen María, con todos los Santos, encomendémonos nosotros mismos, y los unos a los otros, y toda nuestra vida a Cristo Dios.
Coro:A Ti, ¡oh, Señor!
El sacerdote exclama: Porque a Ti te pertenecen toda gloria, honor y adoración, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y en los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
Diácono: Roguemos al Señor. Coro: Señor, ten piedad.
E1 sacerdote dice esta oración en voz alta:
Dios inmaculado, Autor de toda la creación, que por amor al hombre transformaste en una mujer el costato de Adán, nuestro primer padre, y los bendijiste Y les dijiste: Creced y multiplicaos, y dominad la tierra, y los hiciste un solo miembro por medio de la unión, y por esta razón dejará el hombre a su padre y a su madre y se adherirá a su mujer y vendrán a ser los dos una sola carne, y que no separe el hombre lo que Dios ha unido, Tú que bendijiste a tu servidor Abrahán abriendo el seno de Sara, y a él le hiciste padre de muchas naciones; que le diste a Isaac Rebeca y bendijiste su maternidad; que uniste a Jacob con Raquel y de él hiciste surgir los doce patriarcas; que casaste a José con Asenet y por fruto del alumbramiento les diste a Efrén y a Manasés; que aceptaste a Zacarías y a Isabel e hiciste de su hijo el Precursor; que de la estirpe de Jesé, según la carne, hiciste brotar a la que es siempre Virgen, y de ella te encarnaste y de ella naciste para la salvación de la raza humana; que por tu inefable gracia y la multitud de tus bondades estuviste presente en Caná de Galilea, y allí bendijiste la boda, para manifestar que según tu voluntad el matrimonio y la procreación son legitimos. Tú mismo, santísimo Señor, recibe las súplicas de nosotros tus siervos. Como allí estuviste presente, está presente también aquí, con tu invisible protección. Bendice este matrimonio y concede a tus servidores N. y N. una vida pacifica, largura de días, el amor mutuo en el lazo de paz, la castidad, una posteridad que viva largamente, la gracia sobre sus hijos y la carona nunca marchita de la gloria. Hazlos dignos de ver a los hijos de sus hijos. Conserva su lecho sin mancilla y vierte sobre ellos el rocío de los cielos, y dales la abundancia de la tierra. Colma su morada de trigo, vino y aceite y toda suerte de bienes, para que distribuyan a quienes estén en la necesidad, concediéndoles a los que están aquí presentes con ellos todas sus peticiones que son para la salvación.
Porque Tú eres Dios de misericordia, de compasión y de amor a los hombres, y te rendimos gloria, a Ti, con tu Padre, que es sin comienzo y tu Santísimo Espíritu Bueno y Vivificador, ahora y siempre, y en los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
Diácono: Roguemos al Señor. Coro: Señor, ten piedad.
El sacerdote dice esta oración en voz alta:
Bendito eres, Señor Dios nuestro, Sacerdote del matrimonio místico e inmaculado y Legislador de la unión corporal y Guardián de la incorruptibilidad, y Dispensador de las buenas cosas de la vida, Tú mismo, Maestro, que en el principio hiciste al hombre y le pusiste como rey sobre la creación y dijiste: No es bueno que el hombre esté solo en la tierra, creémosle una ayuda para él; y tomandolo de su costado, formaste de el una mujer, de la que Adán dijo al verla: Esta es ahora hueso de mis huesos, y carne de mi carne, ésta se llamará varona, porque del varón ha sido tomada; por tanto dejará el hombre a su padre y a su madre y se allegará a su mujer, y serán una sola carne, y no separe el hombre lo que Dios ha unido, Tú mismo ahora, Maestro, Señor Dios nuestro, envía tu gracia celestial también sobre éstos tus siervos, N. y N., y concede que ésta tu servidora sea obedient en todo a su marido, y que éste tu servidor sea cabeza de su esposa (como Cristo de su Iglesia), y que vivan según tu voluntad. Bendícelos, Señor Dios nuestro, como bendijiste a Abrahán y Sara. Bendícelos, Señor Dios nuestro, como bendijiste a Isaac y Rebeca. Bendícelos, Señor Dios nuestro, como bendijiste a Jacob y a todos los patriarcas. Bendícelos, Señor Dios nuestro, como bendijiste a José y Asenet. Bendícelos, Señor Dios nuestro, como bendijiste a Moisés y Séfora. Bendícelos, Señor Dios nuestro, como bendijiste a Joaquin y Ana. Bendícelos, Señor Dios nuestro, como bendijiste a Zacarías e Isabel. Presérvalos, Señor Dios nuestro, como preservaste a Noé en el arca. Presérvalos, Señor Dios nuestro, como preservaste a Jonás en el vientre de la ballena. Presérvalos, Señor Dios nuestro, como preservaste del fuego a los tres santos jóvenes, enviándoles el rocío del cielo, y que conozcan el júbilo que sintió la bienaventurada Elena cuando descubrió la preciosa Cruz. Acuérdate de ellos, Señor Dios nuestro, como te acordaste de Enoc, de Sem y de Elías. Acuérdate de ellos, Señor Dios nuestro, como te acordaste de los cuarenta santos mártires, mandándoles desde el cielo su corona. Acuérdate también, Señor Dios nuestro, de sus padres que los han criado, pues la oración de los padres hace firmes los cimientos de los hogares. Acuérdate, Señor Dios nuestro, de tus servidores el padrino y la madrina, que han acudido a tomar parte en esta alegría. Acuérdate, Señor Dios nuestro, de tu servidor N. y de tu servidora N. y bendícelos. Dales del fruto del cuerpo, hermosos hijos, concordia de alma y cuerpo. Exáltalos como los cedros del Líbano, como una viña de vigorosos sarmientos. Dales cosechas buenas que les provean de todo en abundancia, para que multipliquen las buenas obras que son agradables a tus ojos; y que vean a los hijos de sus hijos como renuevos de olivo en derredor de su mesa siendo agradables a tu mirada, fulguren cual astros en el cielo, es decir en ti, Señor nuestro, a quien pertenecen toda gloria, honor y adoración con tu Padre, que es sin comienzo, y con tu Vivificador Espíritu, ahora y siempre, y en los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
Diácono: Roguemos al Señor. Coro: Señor, ten piedad.
Y el sacerdote dice también esta oración en voz alta:
Dios santo, que hiciste al hombre con el polvo de la tierra, que formaste a la mujer con uno de sus costados y la juntaste al hombre como una ayuda, porque era agradable a tu magnificencia que el hombre no estuviese solo en la tierra. Tú mismo, Señor, extiende ahora tu mano desde tu santa morada y une a tu servidor N. y a tu servidora N., pues es por ti que el hombre se une a la mujer. Júntalos en la unanimidad; corónalos en una carne, concediéndoles del fruto del vientre y el disfrute de hermosos hijos.
Porque tuyo es el dominio, y tuyos son el reino y el poder y la gloria, del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo, ahora y siempre, y en los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
Y después del Amén, el sacerdote toma las coronas. Primero corona al novio, diciendo: El servidor de Dios, N. es coronado para la servidora de Dios, N., en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Luego corona a la novia, diciendo: La servidora de Dios, N. es coronada para el servidor de Dios, N., en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Luego los bendice tres veces, diciendo cada vez: Señor Dios nuestro, corónalos de gloria y honor.
Diácono: Sabiduría.
Luego el lector lee el proquimeno de la Epístola, Salmo 20, tono 8:
Pusiste en sus cabezas coronas de oro precioso; te pidieron vida y les diste largura de días.
Verso: Porque les darás una bendición por los siglos de los siglos, los alegrarás con júbilo por tu Rostro.
Diácono: Sabiduría.
Lector: Lectura de la Epístola de Pablo a los efesios. (v. 20-23)
Diácono: Atendamos.
Lector:
Hermanos: Dad gracias siempre por todas las cosas a Dios Padre, en nombre de nuestro Señor Jesucristo, sujetos los unos a los otros en el temor de Cristo. Las casadas estén sujetas a sus maridos como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia; y é1 es Salvador del cuerpo. Y como la Iglesia está sujeta a Cristo, así las mujeres a sus maridos en todo. vosotros, los maridos, amad a vuestras mujeres, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella para santificarla, purificándola mediante el lavado del agua con la palabra, a fin de presentársela a si gloriosa, sin mancha o arruga o cosa semejante, sino santa y sin mancha. Los maridos también deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a si mismo se ama. Porque ninguno aborreció jamás a su propia carne, antes la sustenta y regala, como también Cristo a la Iglesia; porque somos miembros de su cuerpo, de su carne, y de sus huesos. Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se allegará a su mujer, y serán dos en una carne. Este misterio es grande: mas yo digo esto respecto a Cristo y a la Iglesia. Cada uno empero de vosotros de por si, ame también a su mujer como a si mismo; y la mujer reverencie a su marido.
Sacerdote: Paz a ti. Diácono: Sabiduría.
Coro: Aleluya.
Verso, Salmo 11: Tú, oh Señor, nos guardarás y nos preservarás de esta generación para siempre.
Diácono: Sabiduría. Estemos de pie. Escuchemos el santo Evangelio.
Sacerdote: Paz a todos.
Coro: Y con tu espíritu .
Sacerdote: Lectura del santo Evangelio según Juan.
Coro: Gloria a Ti, Señor, gloria a Ti.
E1 sacerdote lee, selección seis:
El tercer día hiciéronse unas bodas en Caná de Galilea; y estaba allí la madre de Jesús. Y fue también llamado Jesús y sus discípulos a las bodas. Y faltando el vino, la madre de Jesús le dijo: no tienen vino. Dijole Jesús: Mujer, !qué nos va a mí y a ti? aun no ha venido mi hora. Su madre dice a los que servían: Haced todo lo que os dijere. Y estaban allí seis tinajuelas de piedra para agua, conforme a la purificación de los judíos, que cabían en cada una dos o tres cántaros. Díceles Jesús: Henchid estas tinajuelas de agua. E hinchieronlas hasta arriba, Y díceles: Sacad ahora y presentad al maestresala. Y presentáronle. Y como el maestresala gusto el agua hecha vino, que no sabia de donde era (mas lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua), el maestresala llama al esposo, y le díce: Todo hombre pone primero el buen vino, y cuando están satisfechos, entonces el que es peor; mas tú has guardado el buen vino hasta ahora. Este principio de señales hizo Jesús en Caná de Galilea, y manifestó su gloria; y sus discípulos creyeron en él.
Coro: Gloria a Ti, Señor, gloria a Ti.
Diácono: Digamos todos con toda nuestra alma y con todo nuestro espíritu, digamos:
Coro: Señor, ten piedad.
- Señor omnipotente, Dios de nuestros padres, te suplicamos que nos escuches y tengas piedad,
Coro: Señor, ten piedad.
- Ten piedad de nosotros, Dios, según tu gran misericordia, te suplicamos que nos escuches y tengas piedad.
Coro: Señor, ten piedad. (Tres veces).
- De nuevo suplicamos por piedad, vida paz, salud, salvación y visitación para los servidores de Dios, N. y N. y menciona a cuantos desea.
Coro: Señor, ten piedad. (Tres veces).
Exclamación: Porque eres Dios misericordioso que amas al hombre, y Te rendimos gloria, a Ti, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y en los siglos de los siglos,
Coro: Amén.
Diácono: Roguemos al Señor. Coro: Señor, ten piedad.
E1 sacerdote dice esta oración:
Señor Dios nuestro, en tu economía salvadora, te dignaste manifestar Por tu presencia en Caná de Galilea que el matrimonio era honorable, asimismo ahora, Señor, preserva en la paz y en la concordia a tus siervos, que te has complacido en unir uno al otro. Haz que sea honorable su matrimonio. Preserva su lecho sin mancilla. Complácete en que vivan juntos en pureza, concediéndoles llegar a una opulenta ancianidad, con corazón puro y en la observancia de tus mandamientos.
Pues eres nuestro Dios, Dios; de misericordia y de salvación, y Te rendimos gloria, a Ti con tu Padre que es sin comienzo y con tu Santísimo Espíritu Bueno y vivificador, ahora y siempre y en los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
Diácono: Socórrenos, sálvanos, ten piedad de nosotros, y guárdanos, Dios, por tu gracia.
Coro: Señor, ten piedad.
- Que este día entero sea perfecto, santo, pacífico y sin pecado, al Señor pidamos
Coro: Concédelo, Señor.
- Un ángel de paz, guia fiel y custodio de nuestras almas y cuerpos, al Señor pidamos.
- Perdón y remisión de nuestros pecados y ofensas, al Señor pidamos.
- Cuanto es bueno y útil para nuestras almas y la paz del mundo, al Señor pidamos.
- Que el tiempo restante de nuestra vida se concluya en paz y penitencia, al Señor pidamos.
- Un fin cristiano de nuestra vida, exento de dolor y de vergüenza, pacífico y una buena defensa ante el temible tribunal de Cristo pidamos.
- Habiendo pedido la unión de la fe y la comunión del Espíritu Santo, encomendémonos nosotros mismos, unos a otros, y toda nuestra vida a Cristo Dios.
Coro: A Ti, Señor.
El sacerdote exclama: Y concédenos, Maestro, que con confianza y sin condenación podamos atrevernos a llamarte, Dios celestial y Padre, y a decirte:
El pueblo:
Padre nuestro, que estás en los cielos, santificado sea el tu nombre, venga a nos el tu reino, hágase tu voluntad as! en la tierra como en el cielo. El pan nuestro de cada día dánosle hoy, y perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores, y no nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del maligno.
E1 sacerdote exclama: Porque tuyos son el reino y el poder y la gloria, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, ahora y siempre, y en los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
Sacerdote: Paz a todos. Coro: Y con tu espíritu .
Diácono: Inclinad vuestras cabezas; ante el Señor.
Coro: A Ti, Señor.
Entonces es traída la copa común. El sacerdote la bendice y recita la siguiente oración:
Diácono: Roguemos al Señor.
Coro: Señor, ten piedad.
Sacerdote: Oh Dios, que has creado todas las cosas por tu poder, que has establecido el mundo, y que has coronado todas las cosas creadas por ti, bendice ahora con tu bendición espiritual esta copa común que se da a los que están unidos para la vida común del matrimonio.
Porque bendito es tu nombre y glorificado tu reino, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, ahora y siempre y en los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
El sacerdote toma entonces la copa en las manos y da de beber tres veces, primero al hombre y luego a la mujer. Seguidamente conduce a los recién casados y a los padrinos, quienes sostienen las coronas sobre sus cabezas, en forma circular tres veces alrededor de la mesa que está en el centro de la iglesia.
El sacerdote o el coro canta los Troparios, mientras tanto, tono 5:
Isaías, regocíjate; la Virgen concibió y dio a luz a Emanuel, Dios y Hombre; Oriente es su nombre, a quien engrandecemos bendiciendo a la Virgen.
Vosotros, santos mártires, que habéis luchado la buena batalla y habéis, recibido vuestras coronas, rogad, al Señor que salve nuestras almas. (tono 7)
Gloria a Ti, oh Cristo Dios, Blasón de los apóstoles y Gozo de los mártires, que han predicado la Trinidad consubstancial. (tono 7)
Luego, quitando la corona del esposo, el sacerdote dice:
Sé exaltado, esposo, como Abrahán, y sé bendito como Isaac, y multiplícate como Jacob. Camina en paz, cumpliendo con justicia los mandamientos de Dios.
Y al quitar la corona de la esposa, dice:
Y tú, esposa, sé exaltada como Sara, y regocíjate como Rebeca, y multiplícate como Raquel. Alégrate en tu esposo, guardando los preceptos de la ley, porque lo quiso Dios.
Diácono: Roguemos al Señor. Coro: Señor, ten piedad.
Y el sacerdote recita esta oración:
Dios, Dios nuestro, que fuiste a Caná de Galilea y allí bendijiste el matrimonio, bendice asimismo a éstos tus siervos, que, por tu providencia, se han unido para la vida común del matrimonio. Bendice sus entradas y sus salidas, llena su vida de bienes, recibe sus coronas en tu reino, conservándolas intachables, inmaculadas e inexpugnables por los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
Sacerdote: La paz sea con todos.
Coro: Y con tu espíritu .
Diácono: Inclinad vuestras cabezas ante el Señor.
Coro: A Ti, Señor.
Y el sacerdote dice:
Que os bendiga el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, Trinidad santísima, consubstancial y vivificadora, Divinidad y Realeza única, y os conceda larga vida, hermosos hijos y progreso en la vida y en la fe, y os colme de lo bueno de la tierra y os haga dignos de los bienes de la promesa, por las intercesiones de la santa Theotocos y de todos los Santos.
Coro: Amén.
Luego todos se acercan a felicitarlos, y los recién casados se besan. E1 sacerdote luego pronuncia la despedida final. En la práctica actual esto se hace después de la despedida final.
Diácono: Sabiduría. Santísima Theotocos, sálvanos.
Coro: Más honorable que los Querubines e incomparablemente más gloriosa que los Serafines, tú que sin corrupción has engendrado a Dios Verbo, verdadera Teotocos, te engrandecemos.
Sacerdote: Gloria a Ti, Cristo Dios Esperanza nuestra, gloria a Ti.
Coro: Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y siempre y en los siglos de los siglos. Amén. Señor, ten piedad. tres veces Bendice.
E1 sacerdote pronuncia la despedida:
El que por su presencia en Caná de Galilea manifestó que el matrimonio es un. estado honorable, Cristo verdadero Dios nuestro, por las intercesiones de su inmaculada Madre, de los santos, gloriosos y alabadisimos Apóstoles, de los santos Reyes coronados por Dios e iguales a los Apóstoles, Constantino y Elena, del. santo y gran mártir Procopio, y de todos los Santos, tenga piedad de nosotros y nos salve, porque es bueno y ama a los hombres.
Coro: Amén.

Oracion al Quitar las Coronas al Octavo Dia

Señor Dios nuestro, que has bendecido la corona del año, y permites que sean coronados los que se unen uno a otro por la ley del matrimonio, a modo de retribución a la castidad, porque son puros los que se unen en el matrimonio que de ti proviene. Bendice ahora también, al quitar las coronas, a los que se han unido uno a otro, y preserva inquebrantable su unión, a fin de que siempre te den gracias a tu santísimo nombre, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, ahora y siempre, y en los siglos de los siglos. Amén.
Sacerdote: Tus siervos, habiendo llegado a la concordia, Señor, y habiendo completado el orden del matrimonio de Caná de Galilea, y habiéndose ceñido con los símbolos de fe, Te rinden gloria, a Ti, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre, y en los siglos de los siglos. Amén.
En muchas iglesias esta oración se recita al final de la Coronación.

Acotaciones

No se pueden celebrar matrimonios los siguientes días: desde la semana anterior a la Gran Cuaresma hasta una semana despúes de Pascua; durante los ayunos de San Pedro, de la Dormición y de Navidad; en vísperas de los días miércoles y viernes, los días sábados, y en vísperas y en los mismos días de las fiestas de guardar.
La indisolubilidad del matrimonio. La Iglesia acepta el divorcio sólo en algunos casos muy particulares, especialmente, cuando ha sido manchado con adulterio o destruído por circunstancias de la vida (ausencia prolongada sin noticias de uno de los cónyuges). Las segundas nupcias, tras la muerte del marido o la mujer, están permitidas por la Iglesia, aunque en las oraciones de este segundo matrimonio se pide perdón por este pecado. Las terceras nupcias son toleradas como mal menor frente a otro mayor: el libertinaje (explicación de San Basilio el Grande).


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Editor: Bishop Alexander (Mileant)

 

 
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