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17 de agosto de 2014

La “mostaza” de las obras y las “montañas” de la gracia

Décimo Domingo de Pentecostés.

“Si tienen fe como un grano de mostaza, dirán a este monte: "Pásate de aquí allá", y se pasará; y nada les será imposible”

Parece ser que la expulsión del demonio del epiléptico, en el relato del Evangelio de hoy, es una piedra fundamental para revelar la profundidad de la fe o su carencia. Jesús mostró su insatisfacción, y explicó que la imposibilidad de expulsar a los demonios se debe a la “falta de fe”. También llamó a aquella generación “perversa e incrédula”. Tal fe que Jesús reprendió es incapaz de resolver los asuntos de la fe y sus problemas, tanto físicos como espirituales. Tal fe no satisface a Jesús, ni responde a las necesidades del ser humano, tampoco a sus cuestionamientos, y no puede ayudarlo. La pregunta que nos hacemos en este texto y que Jesús expresa en duros términos es: ¿Cuál es la verdad de la fe, no la que conocemos nosotros como generación incrédula, sino la que conoce Jesús?

La comparación de Jesús entre el grano de mostaza (la magnitud de la fe) y las montañas (la magnitud de las obras) revela una verdad profunda y la naturaleza de la fe de la cual habla el Señor. Si tuviéramos la fe del tamaño de un grano de mostaza, podríamos hacer obras de la magnitud de las montañas.

“El grano de mostaza” representa el tamaño de lo que podemos ofrecer, mientras que “las montañas” representan el tamaño de lo que el Señor puede realizar. La primera imagen se refiere a nuestra debilidad, mientras que la segunda se refiere a lo que Su Gracia hará en nosotros. La fe que Jesús quiere es la que se funda en la fe en la obra del Señor en nosotros. Es tal lo que el Apóstol Pablo le pidió al Señor que sacara el aguijón que tenía en la carne, y a lo cual el Señor le respondió: “Te basta mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad” (II Co 9:12). La verdadera fe es la fe que la Gracia del Señor actúa en nosotros, aun teniendo una fe y un anhelo que igualen a un grano de mostaza. La fe, pues, no es sólo una mera creencia, sino la fe en la persona de Jesucristo. ¡Tal fe es la fe de Pablo al decir que todo lo puede, pero en Cristo que lo fortalece (Cf. Fil 4:13)! En fin, la fe es unirse al Señor y poner en Él nuestra esperanza.

“La fe perversa” es creer en uno mismo o en creencias. Esta fe es inoperante y no satisface las necesidades humanas para la vida. La fe viva sabe que Dios es quien cumple todo y que “sin Él, nada podemos hacer” (Jn 15:5). La verdadera fe reconoce que somos seres humanos débiles, pero también creyentes fuertes. Somos, según las palabras del Apóstol Pablo, “un vaso para honra y otro para deshonra” (Rom 9:21). El ser humano es una vaso para honra cuando es “templo del Espíritu Santo” (I Co 6:19), mientras que es un vaso para la deshonra cuando carece de la Gracia. El ser humano se distingue entre todos los seres vivientes porque es el único que puede recibir la gracia divina, dirigirse al Eterno y cambiar en la fe en Él, puesto que “el justo por la fe vivirá” (Rom 1:17). La singularidad del ser humano consiste en que él puede “recibir” la gracia que viene de lo alto, por medio de su fe. La fe, aun siendo como un grano de mostaza, es el canal que capta la frecuencia del Espíritu que obra en nosotros las cosas buenas. “Lo que es nacido de la carne, carne es” (Jn 3:6). ¿Qué puede hacer un ser viviente de cosas que están por encima de los asuntos del cuerpo y la sobrevivencia? Los seres vivientes se reproducen y mueren dentro de un tiempo determinado, en un circuito cerrado. Incluso el ser humano cuando se limita nada más que a las preocupaciones del mundo, no las puede superar. Agregará lo que llamamos civilizaciones y desarrollo, pero todo esto es del orden de lo creado, y todo va a volver a la tierra. Pero el ser humano es quien dignifica su humanidad y le da toda su dimensión cuando eleva su corazón y sus manos hacia el cielo y se convierte en un canal de la Gracia de Dios. Un grano de mostaza de las cosas de la carne engendrará un grano de mostaza, mientras que un grano de mostaza de fe mueve montañas, a causa de la Gracia divina que opera en él.

Por lo tanto, para finalizar, el ser humano verdadero no mueve montañas sino solo como “embajador de Cristo” (II Co 5:20) en el mundo. Se dirige al mundo no en su propio nombre, sino en nombre del Señor por quien todo lo puede, tal como lo hace un embajador en cualquier país. El ser humano alcanza la perfección sólo cuando lleva el honor de su misión; y quien lleva sobre sus hombros dicha misión con fe, la Gracia lo sostiene y el Señor guía sus pasos. Entonces, esta persona se vuelve un medio divino, una luz en el mundo, y un grano de mostaza que mueve montañas. La fuerza de este grano no proviene de sí mismo, sino de la fe que está en él. La persona creyente es una mano de Dios que opera en el mundo que necesita un grano de mostaza que pueda atraer el poder de la gracia divina hacia el mundo sediento. El creyente es aquel que exclama con el Apóstol Pablo en cada momento: “Porque no nos ha dado Dios un espíritu de temor, sino de poder, y de amor, y de templanza” (II Tim 1:7), es decir el espíritu del Hijo quien realiza todo por nosotros, mientras que Le entregamos ofrendas iguales en tamaño a un grano de mostaza para que Él pueda realizar por nosotros obras iguales en tamaño a montañas. Amén.

Homilía de Monseñor Pablo Yazigi, Arzobispo de Alepo

 
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