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22 de febrero de 2015

El ayuno y el perdón

“Porque si ustedes perdonan a los hombres sus ofensas, también su Padre celestial les perdonará a ustedes” (Mt 6:14)

Este es el cuarto y último domingo de la temporada preparativa a la Gran Cuaresma, y mañana iniciamos el período bendito de la Gran Cuaresma. En el domingo “del fariseo y del publicano”, Cristo abre las puertas del arrepentimiento e inicia el camino que conduce a la Gran Cuaresma, que es la humildad. En el domingo “del hijo pródigo”, se fija la mirada hacia el Padre, la meta de la Gran Cuaresma. En el domingo “del Día del Juicio y de la abstinencia de la carne”, se medita sobre la importancia del prójimo, porque con él se realizarán las “obras de amor”. Y hoy, en el domingo “del perdón”, se da al prójimo el beso de amor para iniciar el ayuno con alegría, reconciliándonos con Dios y con el prójimo, y por consiguiente con nosotros mismos.

En los oficios y oraciones de este domingo, como así también en el pasaje del Evangelio (Mt 6:14-21), dos temáticas sobresalen. La primera se trata de la conmemoración de la expulsión de Adán del Paraíso, quien se había quedado allí llorando. Los himnos y las lecturas bíblicas comparan la situación paradisíaca con la situación posterior a la caída, la cual merece realmente el llanto y el arrepentimiento, algo que los himnos reiteran a menudo.

La segunda temática se trata del perdón, o sea pedir perdón a Dios y perdonar al prójimo. Sobre eso nos habla el pasaje del Evangelio, - sobre el perdón de Dios a nosotros, y nuestro perdón a los demás -, justo antes de tratar el tema del ayuno. A través de esta celebración, la Iglesia termina este período de preparación con el perdón, e inicia la Gran Cuaresma.

Así ambas temáticas, la del llanto por la expulsión de Adán del Paraíso, y la de pedir el perdón de Dios y perdonar al prójimo, se reúnen en un solo asunto, que es el ayuno.

¿Acaso no es el hecho de no haber obedecido a Dios y de haber transgredido el mandamiento de ayunar (o sea no comer del árbol prohibido) la razón que causó la expulsión de Adán del Paraíso? Ahora, el ayuno es la herramienta que va a permitir la reconciliación entre los seres humanos y Dios: el ayuno nos brindará el perdón de Dios a cambio de nuestra transgresión.

Este domingo nos hace recordar dos acontecimientos. El primero es la expulsión de Adán del Paraíso: el momento de la separación entre Dios y el hombre, cuya imagen en la Biblia es dura, pues Dios pone un ángel para vigilar las puertas del Paraíso con una espada de fuego en su mano. Es una imagen que da a entender que la puerta está cerrada ante cualquier intento de reconciliación con Dios, después de que Adán y Eva se descuidaron en el “ayunar”. El segundo evento es un anuncio y anticipo del perdón de Dios, otorgado con la esperanza de que los hombres se perdonaran para que se cumpliera completa y definitivamente el perdón divino, como menciona la Biblia claramente. Este será el momento de la “reconciliación” con Dios.

Nos reconciliaremos con Dios por medio del ayuno, el cual hemos de empezar perdonando al prójimo y reconciliándonos con él. Puede ser que sea más fácil ayudar a un pobre o compadecernos de un extraño. Pero lo más difícil es perdonar a nuestro prójimo, - el perdón entre fieles y prójimos -, pues la reconciliación ocurre cuando el amor llega realmente a superar nuestro amor por nosotros mismos y toda dignidad personal. Será la prueba de que hemos puesto al prójimo no sólo por encima de algunas de nuestras posesiones, sino también por encima de nuestra dignidad, porque, al reconciliarnos con nuestro prójimo, logramos complacer al corazón divino y sentir paz.

Por ello, la Iglesia estableció en su culto, - y el culto es la forma visible y práctica de vivir la fe -, que todos los cristianos se reunieran en el oficio de las Vísperas del domingo “del perdón”, para que los fieles intercambiaran, al final del oficio, el beso fraterno entre ellos y se abrazaran los unos a los otros, en signo de reconciliación y de amor verdadero. Es que la tradición en la Iglesia Ortodoxa prevé que el obispo junto a todos los sacerdotes y fieles se congreguen, en la tarde de aquel día, para celebrar el oficio de las Vísperas, y que se pidan mutuamente los unos a otros el perdón a fin de iniciar la Gran Cuaresma con alegría y fuerza.

Después de abordar la necesidad de perdonar al prójimo para obtener el perdón de Dios, el texto bíblico aborda el tema del ayuno, el cual debe ser acompañado con señales de alegría y no con “caras tristes” para hacer ver a la gente que estamos ayunando.

Sí, la Cuaresma no es un período en el que nos torturamos, ni que nos castigamos, tampoco se trata de “pagar” nuestras deudas a Dios. La Cuaresma es el período en el que predomina el amor fraterno, y el sentido de amor a Dios y la luz recibida de Él. El ayuno es el período en el cual nos llenamos de la gracia divina derramada en nuestros corazones y nos alegramos de la presencia de la Gracia en nosotros, a tal punto que “olvidamos de comer nuestro pan” (Sal 102:4). La Cuaresma es el período en el cual no vivimos compitiendo por un pedazo de pan; es un período en el que “nuestro pan de cada día” se convierte en el pan de los ángeles - es decir la alabanza -, y también en dar a comer al prójimo - es decir el amor.

Así nos exhorta el oficio de las vísperas celebrado este domingo a la tarde: “Empecemos el período del ayuno con gozo, dejándonos libremente a nosotros mismos correr en el sendero de la lucha espiritual; purifiquemos nuestra alma; purifiquemos nuestro cuerpo ayunando de las pasiones tal como ayunaríamos de los alimentos. Gocemos, pues, de las virtudes del Espíritu”.

He aquí un tiempo propicio, he aquí el período del arrepentimiento, el cual podemos empezar con una palabra - “¡perdóname, hermano mío!” -, e iniciar, con nuestro prójimo, la Gran Cuaresma con el beso de paz. Amén.

Homilía de Monseñor Pablo Yazigi, Arzobispo de Alepo

 
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