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16 de junio de 2019

Trinidad Unisubstancial e Indivisible

(San Juan, Arzobispo de Shangai y San Francisco)

El Padre, el Hijo y el Espí­ritu Santo tienen una esencia, una naturaleza y una substancia. Por ello es que las Tres Personas son una Trinidad Unisubstancial. Los hombres también tienen una misma esencia y una misma naturaleza.

Pero en tanto que Dios es Trinidad Unisubstancial, los hombres están en constante desunión... El Padre, el Hijo y el Espí­ritu Santo tienen un mismo pensamiento, una misma voluntad, un mismo accionar. Lo mismo que desea el Padre, lo desea al Hijo y el Espí­ritu Santo. Lo mismo que ama el Hijo, lo aman el Padre y el Espí­ritu Santo. Lo que le es agradable al Espí­ritu Santo, también lo es al Padre y al Hijo. Sus acciones también son unánimes, todos crean y hacen de manera conjunta y en armoní­a. Pero no ocurre lo mismo con los hombres. Nosotros tenemos constantes divergencias de ideas, distintos deseos. Ya desde pequeños los niños expresan sus deseos, sus caprichos y desobediencia a sus queridos padres. Cuanto más crece el niño, más se separa de sus padres y, con mucha frecuencia en la actualidad, se torna un completamente extraño para ellos. En general, casi no existen opiniones iguales entre los hombres, sino todo lo contrario, se dan permanentes divergencias en todo, enemistades, peleas entre personas, guerras entre pueblos. Adán y Eva estaban en todo de acuerdo y eran unánimes antes de su caí­da. Pero inmediatamente después de ella, sintieron una distancia, un alejamiento. Justificándose ante Dios, Adán le echa la culpa a Eva. El pecado los separó y siguió separando al género humano entre sí­. Al liberarnos del pecado nos acercamos a Dios, y colmándonos de Su bondad, sentimos nuestra unidad con el prójimo. Esa unidad está lejos de ser perfecta y plena, ya que en cada uno queda una cierta cuota de pecaminosidad. Cuanto más cerca estamos de Dios, más cerca estamos el uno del otro, así­ como los rayos se juntan cuanto más cerca del sol están. En el Reino de los Cielos habrá unión, mutuo amor, armoní­a y acuerdo. La Santí­sima Trinidad es inmutable, perfectí­sima, unisubstancial e indivisible.

La Trinidad Indivisible siempre sigue siendo la Trinidad, no cambia. El Padre siempre lo es, el Hijo nunca deja de ser el Hijo y el Espí­ritu Santo nunca cambia. Fuera de Sus Cualidades Personales, todo Les es común y único. Por ello la Santí­sima Trinidad es Un solo Dios.

«Santo, Santo, Santo» cantamos a Dios. El trisagio, la trina repetición de la palabra «Santo» alaba a la Trinidad e indica que Dios es la Santí­sima Trinidad. Pero no se puede decir «Santos», ya que Dios es Uno y no tres.

Unas breves palabras para el dí­a del Espí­ritu Santo

En el Antiguo Testamento hay solo unas indicaciones vagas al Misterio Divino de la Santí­sima Trinidad. La Santa Biblia dice que antes de la creación del hombre, Dios dijo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza» (Génesis 1:26) lo cual indica que Dios no es una persona. Pero no se menciona cuántas personas hay en Dios y quienes con esos cocreadores del hombre. En otro lugar, ya con un poco más de claridad, pero solo en la imagen visible de tres Ángeles se revela la Divina Trinidad al Recto Abraham.

En el Nuevo Testamento se revela el misterio de la Santí­sima Trinidad tres veces: en el Bautismo de Jesucristo, en su Transfiguración y en el descenso del Espí­ritu Santo.

En el Bautismo se escucha la voz Divina: «Este es mi Hijo muy amado», cuando el Hijo de Dios encarnado, el Dios y Hombre empieza su obra redentora. Allí­ se ve la gloria de Dios Padre y su regocijo al ver ese gran acto de amor. Dios Hijo está delante del Jordán encarnado como un siervo, y el Dios Espí­ritu Santo en forma de paloma confirma las palabras del Padre, que testimonian la Divinidad del Hijo que con humildad ha inclinado su cabeza delante de la mano del Bautista.

 
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