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21 de septiembre de 2021

Natividad de la Madre de Dios

En Su Evangelio, nuestro Señor y Dios nos dice: Cuando llega el momento del nacimiento de un niño, hay un gran dolor: mas cuando nace, solo queda la alegría, ya que una nueva vida llegó al mundo... Y cuando nace un niño, los que lo rodean se preguntan: ¿cuál será el destino de esta criatura? El nacimiento de un niño, es solo su primer día; ¿cuál será la larga cadena de los días de su vida en la tierra? ¿Cómo será su último día en el que se resumirá todo lo que compuso la vida de esta persona?

Hoy celebramos el nacimiento de la Madre de Dios y nuestros pensamientos están dirigidos hacia Ella. Ella nació – nuevamente según las palabras de las Sagradas Escrituras – no por el deseo de la carne o de un hombre, sino de Dios. Ella nació como el último y final eslabón de la larga cadena de personas, hombres y mujeres, que durante el transcurso de toda la historia de la humanidad lucharon por la pureza, por la fe y plenitud, por la unidad, lucharon para que en sus vidas Dios esté en primer lugar y para adorarlo en espíritu de verdad y servirle con toda fidelidad. En esa larga línea de personas también hubo pecadores, en cuya vida, tal vez, hubo solo una pequeña característica que redimió su existencia. Hubo también santos, en cuya vida es difícil encontrar una falta. Pero todos ellos tuvieron que luchar, y todos ellos tienen una característica en común: ellos lucharon en nombre de Dios – contra sí mismos y no contra otros – para que triunfe Dios. Y paso a paso, siglo a siglo, ellos prepararon a la Heredera de su género que debía nacer, como todo niño, entre el bien y el mal, entre el pecado y la santidad, pero que fuera una niña tal que elija el bien desde su mismo principio y que viva en pureza y plena fidelidad a su grandeza humana...

Hoy nació la Madre de Dios; hoy comienza a superarse la división que existía entre Dios y el hombre desde el momento de su caída; nació Aquella que se convertirá en el Puente entre los Cielos y la tierra; Aquella que se convertirá en la Puerta de la Encarnación, puerta que se abre hacia los Cielos. Regocijémonos hoy, ya que ha devenido el comienzo de la salvación; comencemos a pensar en Ella con cariño, maravillarnos ante Ella y pedirle que nos enseñe – tal vez no a ser iguales a Ella, porque la mayoría de nosotros no puede esperar semejante don – pero sí, a amarla y venerarla para ser dignos de pertenecer a Su mismo género: el género humano, del cual nació Dios, por la fidelidad que Ella Le demostró. Аmén.

 
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