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28 de septiembre de 2022

Exaltación De La Cruz De Nuestro Señor

Hoy celebramos el día en que se encontró la Vivificadora Cruz de Nuestro Señor. Para nosotros, la Cruz es el símbolo del amor de Dios por nosotros. Sabemos que Jesucristo fue crucificado en la cruz. Sabemos que sufrió una muerte humana prolongada y dolorosa. Pero el sentimiento real de la muerte del Dios-Hombre pocas veces nos impregna de ese horror y temblor que siempre debe colmar nuestras almas.

La Cruz es una imagen; sin embargo, hubo un tiempo cuando esa cruz fue la realidad atroz de la muerte del Hombre Jesús de Nazaret. Para nosotros la cruz se relaciona solo Él y con el misterio de nuestra salvación, pero en ese momento la cruz era “simplemente”, por terrible que sea usar esa palabra, un instrumento de tortura y muerte. Se crucificaba a los delincuentes para que con esa muerte dolorosa paguen por el mal que les hicieron a las personas, y para que su terrible muerte infunda miedo en los habitantes de las ciudades y pueblos cercanos.

La cruz era el castigo de los delincuentes; y entre esos crucificados resultó estar Aquel, a Quien llamamos nuestro Señor – Jesucristo. La sentencia del Sanedrín y del procurador romano lo consideró merecedor de morir como delincuente. ¿En qué consistían los delitos de Cristo por los cuales Él fue martirizado?

En primer lugar, la imagen del Salvador-el Mesías, revelada a las personas por Jesucristo, resultó incompatible con aquella imagen que ellos mismos se habían creado. El verdadero Dios-Hombre viviente se estrelló contra el ídolo creado por los hombres a partir de sus ideas de cómo debería ser. La falsa imagen del Mesías pareció triunfar sobre Dios, que vino en la carne.

Otro de Sus delitos fue Su enseñanza del amor. Esta enseñanza infundía temor y horror en toda alma que no estaba dispuesta a morir por la buena nueva, ya que el Evangelio contenía la temible noticia de que el Reino de Dios no permite ningún egoísmo, que una persona debe renunciar a sí misma para poder vivir sólo por amor a Dios, a las personas. Ni entonces ni ahora, esto resulta fácil de aceptar, porque significa aniquilar todo lo egoísta y vil que hay en uno mismo.

El Señor “transgredió” contra los hombres también con la desilusión que les causó. Ellos esperaban un líder político, necesitaban solo la victoria terrenal sobre el Imperio romano que los sojuzgó, sobre el poder ajeno y odiado; en cambio Él les ofrecía el Evangelio: humildad y mansedumbre. Él los llamaba a amar a los enemigos, al igual que el Padre Celestial ama a cada persona, y ahora, después de la Cruz del Señor, podemos decir: que ama con el amor de la Cruz, ama hasta el derramamiento de Su Sangre, hasta la muerte de Su Hijo.

En aquel tiempo lejano, cuando se encontró la Cruz del Señor, todo esto era todavía una realidad cercana, se podía tocar con la mano. Su madero seguía siendo concreto, real y duro, como el juicio y la muerte. Entonces fue recibido con temor, horror y amor y fue erigido -elevado en altura- por el Patriarca de Jerusalén, para que todos pudieran ver el madero de la Cruz, en el que, como un criminal por la mala voluntad de las personas, murió el Rey del mundo y el Salvador de todos, Aquel a Quien Dios envió no para juzgar, sino para salvar al mundo.

Recordemos también nosotros esta realidad terrible y concreta de la cruz y la crucifixión, y adorando hoy la imagen de esa Cruz, seamos transportados en espíritu a aquellos días terribles en que Dios, por la muerte de Su Hijo Unigénito, venció las tinieblas y nos salvó del poder de la muerte, del pecado, del diablo. Respondamos al amor con amor: no es suficiente inclinarse ante el Madero si permanecemos ajenos a aquello por lo que se hizo este sacrificio.

Adoremos la Cruz. Tomemos conciencia de que Cristo murió porque los criminales somos nosotros. El apóstol Pablo dice que pocas personas aceptarían dar la vida por un amigo, salvo tal vez por un bienhechor (Rom. 5:7), mientras que Cristo murió por los que lo aborrecen, por las personas que, como nosotros, somos capaces de pasar por alto Su sacrificio y no temblar en el alma, no quebrar nuestra voluntad para cambiar de lleno.

Dirijamos nuestra mirada a la Cruz. Las Escrituras dicen: Mirarán al que traspasaron (San Juan 19:37), Lo mirarán los que le traspasaron las piernas, las manos y las costillas. Así somos, y si la Cruz no nos renueva, tarde o temprano nos presentaremos con horror ante Él, porque tendremos que responder ante nuestra conciencia por haber pasado por al lado del Amor Divino de la Cruz. Amén.

 
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