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03 de enero de 2024

Epístola de Navidad a la diócesis de Europa Occidental y de Asia Oriental de San Juan (Maximovich), arzobispo de Shangai y San Francisco

«¡Oh, profundidad de la riqueza y sabiduría de Dios! Cristo Dios habitó en una gruta, el pesebre Te recibió, los pastores y los reyes magos Te adoraron».

El Hijo de Dios descendió desde los cielos, donde los ángeles lo alaban con cánticos incesantes, a esta tierra llena de penas y aflicciones. El Rey de los Cielos apareció en la tierra para vivir con los hombres.

El mismo Creador y Hacedor del mundo se hizo hombre. El Dios incorpóreo, omnipresente y todopoderoso se vistió de carne humana, tomó un cuerpo humano débil y dañado por los sufrimientos. Pero al mismo tiempo no dejó de ser Dios todopoderoso y Quien todo lo tiene en Su poder.

Su Divinidad no es vista ni siquiera por los ángeles, incapaces de contemplar la plenitud de Su gloria. Pero en la carne es visible para todos, no sólo los ángeles, sino también las personas pecadoras y hasta los animales.

Nació en una humilde gruta para ser accesible a todos. Nació en la tierra en la pobreza e indigencia para otorgar a las personas la eterna riqueza. Es arropado en pañales, Aquel que trajo liberación y salvación para los hombres atados por sus pecados y vicios. El Rey de Reyes y Señor de Señores se recostó en un pesebre de donde comen los animales. Allí donde se encuentra el alimento de las bestias, ahora yace Quien entrega a los pecadores Su Cuerpo como alimento y Su Sangre como bebida para la remisión de los pecados y la vida eterna.

Apareció como un débil niño y se escapó de Herodes para estar cerca de todos los desvalidos, oprimidos y perseguidos. Desde Su propio nacimiento “no tuvo donde reclinar Su cabeza” (San Mateo 8; San Lucas 9:58), para ser así esperanza y apoyo de todos los desdichados.

Ahora el recién nacido otorga la eterna riqueza y el regocijo de Su Reino Celestial que supera todo pensamiento. En la tierra concede paz a las almas, fortalece la buena voluntad y alegra a quienes lo adoran, lo glorifican y lo veneran.

¡Venid todos los fieles! ¡Venid regocijémonos en el Señor! Reuníos tiernos infantes y niños, glorificad a Su Divino Coetáneo, Quien dijo “dejad que los niños vengan a Mí” (San Lucas 18; San Marcos 10:14), Quien los abraza y pone Sus manos sobre vosotros bendiciéndolos. ¡Glorifíquenlo adolescentes y jóvenes, apresuraos a reconocer junto con los pastores al Salvador del mundo, anunciad a todos de Su venida y alabadlo! ¡Vírgenes y mujeres, regocijaos con María, Aquel que nació de una Virgen les trajo bienaventuranza en lugar de pena, regocijo en lugar de aflicción! ¡Hombres todos, reverenciad al Rey nacido, ofrendadle de sus tesoros espirituales y materiales junto con los reyes magos! Traedle en obsequio sus fuerzas y talentos, dadle de su heredad para recibir lo eterno en lugar de los perecedero, lo celestial en lugar de lo terrenal.

Aquellos que viven en la indigencia, ofrendadle su paciencia y su benevolencia; aquellos que están en la enfermedad y la aflicción, sus suspiros y lágrimas que Él secará. Con José, el anciano Simeón y la profetisa Ana, glorificadle todos los ancianos, ya que ahora vuestros ojos ven la Luz apacible y la gloria venidera. Con los ejércitos celestiales y los espíritus de los rectos, regocijémonos todos los hombres, la humanidad entera: “Por nuestra causa ha nacido el Pequeño Niño y Eterno Dios”. ¡Cristo ha nacido!

Natividad de Nuestro Señor1954. Versalles-Bruselas

 
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