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Iglesia Ortodoxa Rusa en la Argentina - San Juan de Shangai y San Francisco
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28 de junio de 2018

San Juan de Shangai y San Francisco

El Arzobispo Juan nació el 4 de junio de 1896 en la provincia de Kharkov. Recibió en el bautismo el nombre de Mijail. Desde su temprana niñez se destacaba por una profunda religiosidad, pasaba largas horas de la noche en oración, recolectaba í­conos y libros eclesiásticos. Lo que más le gustaba era leer vidas de santos y tanto se compenetró de ese espí­ritu que empezó a vivir como ellos.

Al final de la guerra civil en Rusia, el futuro Santo con su familia emigró a Yugoslavia y en Belgrado en 1925 se graduó en la Facultad de Teologí­a. En 1926 el metropolitano Antonio (Jrapovitsky) lo tonsuró monje recibiendo el nombre de Juan, en honor a San Juan de Tobolsk, ancestro suyo, y trabajó desde 1929 hasta 1934 como profesor en el Seminario Académico de Serbia 'San Juan Crisóstomo'. Ya en aquellos tiempos, el obispo Nikolai Velimirovich, conocido como el Crisóstomo serbio, describí­a así­ al joven monje: 'Si quieren conocer a un santo viviente, vayan a ver al Padre Juan de Bitol'. El padre Juan oraba incesantemente, ayunaba de manera estricta, oficiaba la Liturgia y comulgaba todos los dí­as, desde el dí­a de su tonsura nunca más se acostó, descansaba sentado y a menudo por la mañana lo encontraban hincado en el piso delante de los í­conos.

En 1934 el Padre Juan recibió el tí­tulo de Obispo, y fue designado a la diócesis de Shangai. Vladika arribó a Shanghai y lo primero que hizo fue construir una enorme catedral en honor a la Madre de Dios. Prestó especial atención a la educación religiosa y convirtió en regla estar presente en los exámenes orales de las clases de catecismo en todas las escuelas ortodoxas en Shanghai. Organizó un hogar para huérfanos y los niños de padres necesitados. El mismo Vladika recogió niños enfermos y hambrientos en las calles y oscuros callejones de Shanghai. Comenzando con 8 niños, el orfanato más tarde albergó arriba de 400 niños de una vez y 1500 en total pasaron por él.

Con la llegada de los comunistas al gobierno de China, los rusos en Shangai se vieron forzados a emigrar. Vladika evacuó todo el orfanato, primero a una isla en las Filipinas. En 1949 en la isla de Tubabao, en las Filipinas, en el Campamento Internacional para los Refugiados habí­a cerca de cinco mil refugiados rusos de China. La isla se encuentra en la ruta de los tifones de esta época del año que azotan ese sector del Océano Pacifico. Durante los 27 meses de la existencia de dicho campamento una sola vez apareció la amenaza del tifón y tampoco llegó a desencadenarse, porque se habí­a desviado a tiempo. Cuando uno de los refugiados habló de su miedo a los tifones con las autoridades Filipinas, ellos le contestaron: 'vuestro hombre Santo bendice el campamento por tos cuatro costados y todas las noches del año'. Hablaban del Arzobispo Juan, porque mientras él estaba allí­, ningún tifón se habí­a acercado a la isla. Pero cuando la mayorí­a de los refugiados se trasladaron a Estados Unidos y a Australia, un tifón muy fuerte azoto a la isla de Tubabao y destruyó todas sus construcciones.

El Arzobispo Juan tomó a su cargo el cuidado de su rebaño, fue personalmente a Washington y logró que se incluyera una enmienda en la legislación estadounidense lo que permitió el traslado de la mayor parte del campamento a los Estados Unidos de América y del resto a Australia.

En 1951, el Sí­nodo de los Obispos de la Iglesia Ortodoxa Rusa en exilio lo designó a cargo de la Diócesis de Europa occidental. Toda su vida el Bienaventurado Arzobispo Juan se interesó y respetó profundamente la vida de los Santos. Estando en Europa, puso su atención en los Santos europeos canonizados antes de la separación de las iglesias en 1054 y cuyos nombres, en muchos casos no habí­an sido incluidos en los calendarios ortodoxos. Por iniciativa del Arzobispo Juan el Sí­nodo de la Iglesia Ortodoxa dictaminó venerar esos antiguos santos de Europa.

En 1962 el Arzobispo Juan fue enviado por el Sí­nodo a la cátedra de San Francisco para restaurar la paz en la comunidad dividida y terminar la construcción de la Catedral. Bajo la dirección de Vladika una medida de paz fue restaurada, y la catedral culminada. Pero la tarea del Arzobispo no fue fácil y los últimos años de Vladika estuvieron llenos del amargor de calumnias y persecución, a los cuales él inagotablemente respondió con silenciosa y humilde paciencia. Muchos aseveran que Vladika Juan previó su muerte. El 2 de julio de 1966, durante una visita pastoral a Seattle con el Milagroso del Signo de Kursk a la edad de 71 años, este recto hombre partió de esta vida ante la presencia del Icono Milagroso del Signo de Kursk.

El metropolitano Filareto ofició el funeral del Arzobispo Juan. Muy pronto comenzaron a ocurrir milagros de sanación y ayuda en la cripta de Vladika.

El 2 de julio de 1994 la Iglesia Ortodoxa Rusa en el Exilio canonizó al gran santo del siglo XX, San Juan (Maximovich) Taumaturgo de Shangai y San Francisco.

Una lección para la juventud tomada de la parábola del hijo pródigo – por San Juan de Shangai y San Francisco

Y el hijo menor dijo a su padre, 'Padre dame la parte de la herencia que me corresponde' (San Lucas 15:12). La parábola del hijo pródigo es una lección para la juventud.

Vemos en el hijo pródigo la verdadera personalidad de la juventud despreocupada: frí­volos, desconsiderados, apasionados por la independencia, en suma, todo lo que caracteriza a la mayor parte de la juventud. El hijo menor creció en el hogar de sus padres y al llegar a la adolescencia notó que la vida en casa tení­a restricciones. Pensaba que vivir bajo las reglas de su padre y la mirada de su madre no era placentero. Querí­a imitar a sus amigos que se entregaban a los agitados placeres mundanos. Y decidió: 'Soy el heredero de una tierra rica. ¿No serí­a mejor que yo reciba mi herencia ahora? Podrí­a administrar mi riqueza de manera diferente de la de mi padre'. Así­, el joven frí­volo llevado por el engañoso esplendor de los placeres mundanos decidió separarse de la opresión de la obediencia, abandonando el hogar de sus padres.

Hoy en dí­a, muchos se inspiran en similares impulsos y aunque no dejan el hogar de sus padres, ¿acaso no se apartan de la casa del Padre Celestial, de la obediencia a la Santa Iglesia? La sujeción al yugo de Cristo resulta difí­cil para las mentes inmaduras y el cumplimiento de Sus mandamientos, pesado. Ellos imaginan que no es enteramente necesario seguir las peticiones de Dios y de la Santa Iglesia. Creen que pueden servir a Dios y al mundo al mismo tiempo, y dicen: 'ya somos suficientemente fuertes para soportar las tentaciones destructivas. Podemos mantenernos en la verdad y en la enseñanza por nuestros propios medios. Permí­tenos mejorar nuestras mentes por medio del conocimiento. Permite que fortalezcamos nuestra voluntad entre las tentaciones. A través de la experiencia nuestros sentidos se convencerán de la maldad del vicio'. Estos deseos no son mejores que el pedido del hijo menor a su padre: ' Padre dame la parte de la herencia que me corresponde'.

Hoy hay jóvenes inconstantes que no ponen atención en los mandamientos y sugerencias de la Santa Iglesia. Dejan de leer la palabra de Dios y estudiar las enseñanzas de los Santos Padres. Prestan su atención a la ‘sabidurí­a’ de falsos maestros, malogrando así­ la mejor parte de sus vidas. Van muy poco a la iglesia y cuando asisten se distraen, no escuchan con atención. No tienen tiempo para ser piadosos ni para la práctica de las virtudes porque están demasiado ocupados con fiestas, pelí­culas, etc. En resumen, se abandonan cada dí­a más y finalmente parten “a paí­ses remotos”.

¿Cuál es el resultado de semejante separación de la Santa Iglesia? Ocurre lo mismo que con el hijo pródigo que deja la casa de sus padres. La frivolidad en los jóvenes rápidamente desgasta las excelentes energí­as y el talento de sus almas y cuerpos, malogrando para esta vida y la eternidad, todo lo que hicieron. Mientras tanto aparece “una gran hambruna en esa tierra”, aparece el vací­o y descontento, resultado ineludible de los placeres salvajes. Surge también la ambición de placer que se intensifica aún más con la satisfacción de los placeres bajos y finalmente se vuelve insaciable. Con frecuencia resulta que el desafortunado amante del mundo recurre a la búsqueda de lo bajo y vergonzoso para agradar sus pasiones, al igual que el hijo pródigo, no vuelve a la trayectoria de la salvación, sino caen en la muerte, temporal y eterna.

Shangai, 1946

 
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